05 octubre 2025

    Viene el río a morir al mar, exhausto.

Reflejando paisajes,
recogiendo hojas
en su recorrido.
Le hablo de ti
para que lleve las palabras
en su agua transparente
y su fondo de piedras.
Baja rápido y se entretiene.
Como las nubes y el mar,
como el aire que respira,
como el pensamiento.
Llega a la noche de la nada.
Al garabato indescifrable.
A la palabra sin sentido.
Y se pierde
en la grandiosidad del mar.
Desaparecen los paisajes
las hojas y las piedras.
Hasta la ceguera infinita.
Ha recorrido mucho desde la montaña.
Se ha detenido en los recodos.
Día y noche sin parar.
Monotonía y desvelos.
Muere en el mar.
Resucita en el mar
pero ya es otra cosa.
Nosotros mismos.

Una mañana de estas. Creo que fue la penúltima antes de dejar de recordarlas. Me interesé por la poesía nada más salir el sol. Salí de casa tan rápido como una tortuga por senderos de tranquilidad. Esos que van del bosque a la playa. Mañana intensa como una llovizna de sirimiri. Recuerdo que amaneció prosa y calma. Por eso me interesé por la poesía.

Miré la vida por el ojo de una cerradura y no lo vi claro. No es la forma más adecuada de mirar las cosas de la vida. Luego, pues, abrí la ventana de par en par y extendí los brazos y respiré profundamente. Fue otra cosa. Y es que la vida es como un ensayo. Un libro de autor. Con trazos poéticos, párrafos de suspense, fantasía, puntos y aparte y hojas todavía sin escribir.

Narrativa simbólica con mucha plasticidad de luz y color. Acontecimientos históricos, ficción de subconsciente y leyendas de crear intriga. Las cosas de siempre. He empezado el día con compromiso. Con ganas ilusionadas de adolescente. Sorteando tonterías. Me he parado a beber agua y el corazón se ha desacelerado. Dice el poeta que la vida es una carrera de fondo con obstáculos. Y que algunos no los podrás saltar nunca.

La vida necesita sensatez para poder mirar por la ventana y entenderla. Hay que controlar más las adherencias sentimentales. Los apegos y los sueños. La rutina y las costumbres. Y la magia del camino embrujado por el mar. Las tormentas domesticadas para que los días sean adecuados. Puedo hablar con el mar y con el viento porque no me son desconocidos.

La lluvia de barro que ha caído durante la noche lo ha ensuciado todo y ha dejado el camino resbaladizo. Piso con cuidado para no perder el equilibrio. Casi todas las olas que llegan son las mismas que otros días. Algunas son nuevas y delicadas. No me supone un problema estar solo cuando tengo la cabeza llena de cosas en qué pensar. Igual que tampoco me supone un problema vivir rodeado de mar. Aunque no siempre lleve olas.  

He abierto un libro con un comienzo clásico. De esos de "Erase una vez un bosque tan grande que llegaba hasta el mar..." La verdad es que erase una vez un mar tan grande que llegaba hasta el horizonte. Y mira que éste está lejos. La cotidianidad te hace ser más ágil cuando estás en la edad adulta. El poeta, como siempre, observa lo cercano, le pone rima y lo escribe. A veces lo escribe sin rima.

Decía que llevo varias cornadas en el cuerpo. Gracias a ellas he descubierto los burladeros. Que la vida también tiene. Y cuando hay tormenta procuro no estar en el agua ni dentro del bosque. Que los rayos sólo quieren agradar y no entienden de destrozos. Ahora mismo lo que me llama la atención es la actitud de las olas. El sol seca la tierra y se vuelve polvorienta. Hace tiempo que no llueve y la tierra tiene sed. Todos tenemos sed pero no siempre tenemos agua fresca para beber.

Algunos días pasan como el sueño inocente de un niño. A medida que crece los sueños son más responsables y más comprometidos. Desde hace un tiempo hay un mirlo sobre una rama de laurel que le canta al amanecer. Antes de que salga el sol. Libré una batalla conmigo mismo. El ganador y el perdedor fueron el mismo. Mi parte ganadora estaba satisfecha y la perdedora también por lo que había aprendido. Y yo tan contento.


12 agosto 2025

           Acabo de abrir la libreta de todos los días para escribir algo. La que compagina literatura, imaginación, memoria, reflexiones, viajes e identidad personal. Esto dice el reverso de la libreta de una marca conocida y cara. Es muy funcional y versátil y te la puedes llevar a cualquier parte porque cabe en cualquier bolsillo con un lápiz incluido. Sólo de mirarla,  abrirla y olerla, la pluma se pone a escribir instintivamente. Pero ahora mismo me coge a cierta altura. Más de setecientos metros. He venido a ver la montaña o la tierra alta. Le hago compañía y ella a mi, mientras pasamos el día juntos. Pero creo que hoy no ha sido una buena idea. O quizá si. Un viento frío me empuja con fuerza y me quiere tirar. Resisto aunque me cuesta. Cuando el viento me da en la cara me cuesta respirar. Avanzo con pie sereno, seguro y casi a tientas. Al viento se le ha unido la lluvia y forman una ventisca exagerada para la época del año. Una lucha en las alturas y todo por querer visitar la montaña o tierra alta. La que tiene el aire limpio, el viento fresco y carece de ruido.  Aquí me desconecto de la otra vida de la tierra baja. La que estresa y crispa.

               Es la tierra alta. La cima de la montaña. La de todos los que venimos cuando tenemos necesidad de quietud y perspectiva. La que cuando llegas te tiene preparada una sombra en un recodo y una piedra donde sentarte. Pero hoy toca ventisca de la fuerte. Veo cumbres, nubes y una cortina de agua de lluvia sin casi levantar la vista. La naturaleza a partir de cierta altura no te proporciona demasiadas comodidades ni te pone las cosas fáciles. Pero yo ya lo se de otras veces. Es el precio a pagar por huir de la tierra baja de los ruidos y las prisas. De los agobios y esas cosas. Bien vale una ventisca y que te de en plena cara.

              Después de comer el sol se abre paso. La tierra alta tiene detalles. El cielo se despeja y el viento se lleva las nubes. La montaña se calienta en un momento y desprende una humedad que te hace sudar. Después de todo esto vuelvo a sacar la libreta y la pluma. Ahora quien me inspira es el olor a tierra mojada. Empiezo a escribir cosas pero noto que me cuesta. Enseguida me doy cuenta de dónde está el problema. Me quito las botas y la cosa cambia. No se puede escribir con los pies calzados. Unas letras para que experimentéis el sosiego. Un poco de fruta y un poco de agua. Antes de que el sol se ponga ya estaré de vuelta a la vida de la tierra baja. El tiempo pasa rápido y hay que aprovecharlo. 
           Cuando llegue a casa revisaré lo que he escrito. Añadiré o quitaré y corregiré sin demasiado interés. Que me pongo a corregir tanto que a veces la realidad se convierte en ficción. Y no se trata de esto. 

31 julio 2025

           Leo un artículo sobre Woody Allen. Me atrae su personalidad, su forma de expresarse, de hacer las cosas y todo eso. Supongo que no soy el único pero seguro que los habrá que piensen lo contrario. Pues muy bien. Cada uno a lo suyo. Dicen que decía al principio de ser él, "lo único que lamento es no ser otro". Menos mal de esto -pienso yo- porque nos habríamos perdido un genio.

          Ahora que ya es él y su currículum -que no es poco- ha dicho otra cosa. "Hace tiempo que desistí de leer lo que escriben de mi. No hay distracción a la que se le pueda sacar menos partido". Pues en esto estamos de acuerdo Woody. Entre otras cosas porque yo, a mis años, pienso y hago lo mismo. Tampoco me imagino una forma más absurda de perder el tiempo que estar constantemente preocupado de lo que puedan pensar o decir de mi. Renuncié a esto hace tiempo y recientemente a la crisis, a la política, a la religión y a muchas cosas más porque me enferma y me quita felicidad. Ya no admito la crisis porque vivo según mis posibilidades. Cosa que otros no hacen. Y no miro a nadie. Resulta evidente que las personas cambiamos y casi siempre es para mejorar el estado anterior. O no. Dentro de algunos miles de años o más los antropólogos no nos dedicarán ni un minuto de su tiempo ni de sus estudios porque estaremos descatalogados y sufriremos el olvido de la historia.
         Y estando yo concentrado en estas cavilaciones resulta que ha pasado la más ligera de las brisas por mi lado. Me ha despeinado un poco y ha movido una hoja del libro. Estoy sentado en la terraza del bar de Pepe y eso significa que estoy junto al mar en este pueblo costero que ya he descrito antes. Lo puedo ver y oler. Oigo sus olas. Y como digo, me seducen sus brisas al pasar junto a mi. Los pájaros están especialmente ruidosos esta mañana. Pero sé que no hablan de mi porque su inteligencia está por encima de estas cosas. El sol hace un rato que amaneció. Sube perezoso con la única intención de alcanzar el mediodía para luego entrar en decadencia. Un atardecer lento y vuelta a la calma del mar donde duerme. Y mientras el sol descansa el sosiego y el silencio se hacen patentes. Esto me permite pensar y escribir. Con los zapatos colocados a mi lado en posición de descanso. Y si viene Woody le invitaré a tomar una copa siempre que le sople al clarinete.
         Dejo el libro que tengo entre manos y cuyas letras se desparraman por mi mente. Toca mirar un poco de paisaje. Descubro que las barcas son algo más que esto. Los árboles son algo más que árboles. Digo lo mismo del aire. De la luz del día y de las sombras que genera. Mis ojos ven un conjunto de naturalezas y mi mente las interpreta como un bello paisaje. Son muchas cosas en una. Y cada una imprescindible. Abundancia de colores y de aromas. Hoy habrá viento racheado que moverá ramas y olas. Y formará remolinos de hojas caídas de otoño. La gente se quedará en casa a sus cosas. Los gorriones seguirán volando y haciendo ruido. Pero no hablarán de nosotros porque saben que no nos importa.    

06 julio 2025

             Hoy he desayunado con Sampedro. Bueno, con un libro suyo y una historia. De esas de leer y pensar. Y darle vueltas para volver a pensar. Sampedro es así cuando escribe. Al final ha sido un desayuno ameno. Agradable. Tranquilo. Una historia que engancha y emociona desde el primer capítulo. Cuando lees: "Todo empezó cando yo nací". Y ya no lo dejas hasta que terminas. Sé que sabéis a qué me refiero.

             Después he ido a caminar como cada día porque me lo ha dicho el médico. Yo estas cosas me las tomo muy en serio. Si me hubiera dicho de correr no le habría hecho caso. Pero caminar me gusta y me da tiempo para pensar. Que de eso se trata, además. Un paisano mío no le hace caso y va acumulando enfermedades. Ya está cansado de todo esto y de tomar pastillas. Que de cada vez son más. Llevaba una muleta en el lado derecho para curarse de una cojera. Ahora le han puesto un cabestrillo en este mismo brazo por una artrosis en el hombro. Resulta que ahora tiene que llevar la muleta en el lado izquierdo. Es casi gracioso. La pierna buena y la muleta contra la pierna mala. Así no se puede andar, dice. Tiene razón. Ha aborrecido las enfermedades, la cojera, la artrosis y las pastillas. Ha dicho a su familia que le lleven a urgencias a morirse. Todo por no hacerle caso al médico.

           Decía, antes de que interrumpiera mi paisano. Me fui a caminar por el bosque. Para no repetirme demasiado en los lugares aunque los pasos son los mismos. Los pensamientos también van cambiando según el lugar, la hora y el día que hace. Casi cualquier cosa me influye. He seguido la ruta de las hojas caídas en otoño. Es la única ruta posible porque no hay camino. Y si lo hay las mismas hojas secas se encargan de taparlo. No es que me guste en exceso pero tampoco me desagrada. Las hojas secas crepitan y las mojadas, que las hay, me mojan los zapatos y los pies. Como para coger una pulmonía. El otro día llovió fuerte y no bastó ni el paraguas. Ni el chubasquero ni las botas. Las nubes se explayaron y se ensañaron conmigo. Tampoco había motivo, la verdad.

          Casi a punto de llegar a casa y cruzo sin mirar. Una imprudencia que no hay que hacer. El susto monumental. Casi me atropella un coche fúnebre. De los de llevar los muertos de un sitio a otro. Un mercedes. Me ha entrado la risa de pensar los titulares. Creo haber visto a Kafka conduciendo. Que ya podría ser. Peatón despistado e imprudente atropellado por coche fúnebre. Se ha tenido que posponer el entierro. El susto de lo que no llegó a ser todavía lo llevo en el cuerpo. Bueno. Yo aquí largando con la pluma y tengo un montón de recados que hacer. Uno de ellos es ir a la plaza a comprar. Me encanta porque las señoras no se cortan. ¡Venga guapo llévate unas frutas que están buenas y son maduras! ¡Mira qué andares lleva desde que me compra la verdura! ¡Tengo pollo campero para caldo que espanta la gripe! Yo dando vueltas y mirando el género. Y rojo como un tomate. Eso son señoras. Con delantal y ganas. Atrevidas y educadas. Las miro y se me va la imaginación tanto como para pecar de pensamiento. A veces he comprado para verlas de cerca y hablar con ellas. Con los morros pintados del color de mis mejillas.

         Esas compras las hago cuando llego de caminar. Con cara saludable y color subido. Esas caminatas por esas rutas inexistentes por culpa de las hojas caídas. Ahora en casa toca ponerse cómodo. Batín y calcetines gruesos. Descalzo. Butaca de mirar al jardín y pensar en Sampedro y el desayuno. El aire pasa rápido. Va y vuelve y mueve las ramas. Te dejas conquistar por el sosiego. Mañana seguiré otra ruta. Salud.

01 julio 2025

                                                                      Es invierno aún.

Frío y nieve.
Lluvia y viento.
Amanecer tardío.
Atardecer interminable.
Con libros y papeles.
Compañeros fieles
 del frío invierno.
Me acompaña la hierba
tapada por la nieve.
 
Escritos de aficionado.
Reflexiones al fín.
Arrastrando cada sílaba.
Componiendo cada verso.
Con un cielo de chatarra
que escribo de azul.
Con un mar de plomo
que escribo de verde.
Pero el agua está fría
y eso, no lo puedo pintar.
 
El sol está cobarde.
Preso del tiempo.
Anhelo de primavera.
De flores y vida nueva.
Resplandor ficticio.
Huella del frío.
Porque es invierno aún.
 
Los días se repiten
y el invierno agoniza.
Las olas se amansan.
La nieve se derrite.
Este frío invierno
es cuestión de tiempo.
 
El brillo de la memoria.
La agilidad de la pluma.
Las ganas del papel.
El influjo del frío.
 El aroma del café.
El calor de las brasas
que anticipan primavera.
 
Grita el invierno
con voz de trueno.
Cada relámpago
es espejismo de sol.
 El sendero lleva a la primavera.
Pero es invierno aún.

27 junio 2025


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04 junio 2025

                                                               

                                                                

Letras ordenadas
en palabras,
párrafos y páginas.
Sediento de versos
que hablen de ti.
 
Tus ojos y tu mirada.
Tu perfume a mar.
Tus labios ahora reposados.
Tu rostro
en mi tiempo.
En mi memoria.
En mi vida.
Nuestro tiempo,
nuestra memoria 
y nuestra vida.
 
Callas.
Entiendo tu silencio.
Ganas de noche
que borra las sombras.
Ganas de luna
de pasión y fuego.
Hasta el amanecer.
Ardiente mirada
de sueños desterrados.
Aquí, ahora, tú.
 
Amaneciendo sudado.
Sábanas blancas revueltas.
Sentimientos encontrados.
Furia apagada
de mar en calma.
Resplandor de sol.
Una taza de café
sobre la mesa.
Eres música y día.
Eres la prolongación de mi
y yo de ti.
Eres mi poesía.

20 mayo 2025

                                                                                                      









EL 23 DE MAYO A LAS 19 H. EN BAR SA CABANETA

EL 24 DE MAYO (TODO EL DÍA) Y EL 25 (MAÑANA)

EN LA FIRA DE LA PEDRA DE BINISSALEM

¡OS ESPERAMOS!

          Había una vez una niña que el tiempo convirtió en una bella joven y que, como en tantos cuentos o leyendas, terminó sus días de una forma trágica. Empezaré con una aproximación a Umbral cuando dice que ha revisado su vida y ha descubierto que ya es mucha aunque las pruebas médicas dicen que está bien y el médico así lo ha firmado. A mi me pasa lo mismo y como quiera que esto es así intento aprovechar el tiempo al máximo. Casi hasta la esclavitud. Mientras el tiempo sea mi aliado y me favorezca quiero aprender y conocer mundo y culturas.

        Antes de la dichosa pandemia en la cual estamos inmersos estuve por unos lugares fríos próximos al norte de Europa. Para contar una leyenda o una historia no importa tanto el lugar dónde ocurrió sino lo que realmente dice la gente qué pasó o que supuestamente pasó. 

     Vladimir es un lugareño atento y vestido de negro con una gorra incluida. Mano temblorosa y voz potente de fumador de toda la vida. Buena memoria que suele ser imprescindible para esos menesteres de guiar a los turistas. Niveles de cerveza en sangre adecuados para la ocasión.
Dice Vladimir que en uno de esos lugares al norte de Europa había dos pueblos con sus respectivos reyes, señores con sus feudos y vasallos y el pueblo. Rivalidad típica de la época y un  ejército y un pueblo deprimido por todo tipo de carencias típicas de la edad media. Opulencias y carencias. Hambre y enfermedades. 
       Un día parece ser que hubo un mal entendido. Y decidieron invadirse mutuamente para aclararlo todo y cambiar el curso de la historia a través de las armas y la sangre ajena. Reunieron a sus generales y a su ejército. Prepararon la tropa. Entrenaron a los jóvenes para la lucha pero no para la muerte. Y consultaron a sus dioses para ser bendecidos.
Buscaron un lugar adecuado para hacer una guerra como dios manda y decidieron los días más propicios. Los dos se sabían vencedores pero ninguno fue a pensar que el que gana también pierde mucho.
        Fue un día cualquiera como cualquier otro día, dice Vladimir, que decidieron dar voz a las armas. Día gris con viento y nieve que habitualmente suele darse por esos lugares del norte de Europa. La guerra sólo duró unos meses porque no había hombres para más tiempo. Entre batallas y descansos retiraron los muertos y los heridos. Prendieron fuego a las casas y a los sembrados. Hubo pánico entre el pueblo sufridor y perdedor y el pueblo sufridor y superviviente.
Al final, como siempre, el ganador quedó totalmente diezmado y sometió a los pocos que quedaban del otro pueblo. Una mañana el rey vencedor se paseaba por entre cadáveres y heridos que gritaban su dolor y lloraban su pena entre la niebla impregnada de humo y olor a sangre seca. Se escuchó el llanto incesante de una niña que seguía cogida con los brazos de su madre muerta. La cogió como pudo y se la llevó a su castillo. No tenía descendencia y adoptó a la niña como a su hija legítima.
Fue educada como se merecía una princesa. Creció y se convirtió en una bella joven. Admirada por todos y pretendida por muchos. Ella entregó su corazón a un joven aprendiz de jardinero de palacio. Los dos llevaron esa relación con gran secreto. La joven princesa rescatada de los brazos de su madre muerta en la plaza de un pueblo en llamas fue bautizada con el nombre de Turaida.
Un influyente general la pretendía para convertirla en su esposa. Solicitó la aprobación de un rey muy mayor, enfermo y en decadencia que dio su consentimiento. 
       Turaida le comunicó al general que la pretendía que su corazón ya estaba comprometido. Esto desató las iras del militar. Un día el general le hizo llegar una nota a Turaida mientras se hacía pasar por el joven aprendiz de jardinero citándola en una pequeña casa de madera de un bosque cercano a palacio.
Una trampa de la que la princesa no se percató. El general se vistió de jardinero para pasar inadvertido. De lo contrario la petición de la cita hubiera sido rechazada. Cuando Turaida llegó advirtió el engaño. Era tarde. Antes de ser deshonrada se quitó la vida.
          Las historias que no gustan son convertidas en leyendas por el mismo pueblo lo que hizo posible que un amigo del joven jardinero fuera testigo de todo lo que allí pasó alertado por los gritos que el eco esparcía por el bosque. Fue el propio general el que procuró que todos supieran del caso y de que el autor de tan horrible crimen había sido el discreto pretendiente y aprendiz de jardinero.
Inmediatamente fue apresado y juzgado. Murió inútilmente cuando una afilada hacha le separó la cabeza del resto del cuerpo y su cabeza estuvo expuesta como advertencia en la entrada de la fortaleza.
La mente puede esclavizarte y el general quedó atrapado por los remordimientos y dejó el ejército. Entró de obispo después de pagar una buena suma de dinero a la iglesia. Dice Vladimir que es lo que hacía en aquellos tiempos y quizá también en estos aunque no lo puede afirmar pero lo puede imaginar.
Pasó a vivir de forma holgada y con servidumbre en un pequeño palacete para obispos anexo al castillo y destinado a esos menesteres de confesar y decir misa. De vez en cuando daba consuelo al rey que murió al poco tiempo de la enfermedad de la pena. El obispo empezó a pasar demasiadas noches en vela atrapado en sus recuerdos. Formaba parte de un tribunal eclesiástico y sus decisiones valían la vida o la muerte.
        Ya he dicho que cuando la historia no es buena lleva aparejada una leyenda. Bendita leyenda. Vladimir la conoce bien y nos la hizo saber. El amigo del joven aprendiz de jardinero ejecutado siguió todos los pasos del general convertido en obispo. Le siguió día y noche. Memorizó todos sus pasos. Cuando, cómo, porqué y con quién hacía todo. Conocía bien el castillo, el palacete de los obispos y el bosque. Un día el obispo se ausentó de su casa para unos trabajos que requerían su presencia. El amigo que había presenciado todo le siguió.
           Se apostó en el bosque casi al anochecer. Una luz tenue debido a los grandes árboles y una niebla que iba a más. Iba disfrazado con los vestidos de Turaida. El obispo iba rápido sobre su montura cuando la luz de un rayo lo iluminó de forma fugaz. El obispo se percató de ello y se alteró de tal forma que perdió el control de su caballo y cayeron muriendo aplastado. 
        Por la noche, en la cena, un amigo de Vladimir me dijo en voz baja que conocía la verdadera historia y que era de otra manera. Le dije que no me la contara porque no quería saberla pero después de la tercera cerveza la contó. Desde aquellos tiempos incuantificables el pueblo rinde, una vez al año, un sentido homenaje a Turaida. La que estaba llamada a ser reina. El bosque lleva su nombre y han sembrado un robusto y hermoso árbol en su memoria.
He dado esta historia o su leyenda por buena. No quise saber más y no contaré más. Me ha parecido de un romanticismo que ya no se lleva. Algo poético para recordar y contar. La literatura se nutre también de la imaginación.